Este año he descubierto porqué me gusta tanto la navidad,
No es por los regalos, ni por las luces mágicas que adornan las casas y calles, ni tan siquiera es por la nochevieja y la secreta esperanza de un año mejor.
La navidad te acerca más a los niños, tanto que te pones en la piel de ellos, los miras desde otra perspectiva, te vuelves bajito y te brillan los ojos, les miras sonreir y se te queda el corazón calentito, te gusta escucharles y jugar con ellos más que en otra época del año.
Sus sonrisas, que tienen pegada en estas fechas permanentemente, consiguen hacer magia, consiguen que te levantes por la mañana y estés de buen humor, consiguen arreglarte un mal día y hacerte sonreir.
No hay nada más fascinante que ver la carita de un niño un día de cabalgata, y una mañana de Reyes. Es la máxima expresión del asombro y lo que más te acerca a la felicidad.
Los niños se entienden entre ellos mejor que nadie. Se hacen carantoñas, se comprenden, se hacen reir. Lucas es feliz con otros niños, da igual la edad. Le miman y consienten, le cantan, le adoran. No sé que le ven pero saca lo más tierno de ellos, hasta los más brutotes se le acercan, le besan despaciiito y le tratan con una delicadeza que me conmueve.
Me chifla verle rodeado de niños, cómo se activa y espabila, cómo saca su rádar y los busca todo el tiempo, y los engatusa con su sonrisa y les hace caer en sus redes.
Sus primos/as, los hijos de nuestros amigos, todos tienen un ratito de ternura para él.
Es como si les hiciera crecer un poco y sienten que le tienen que proteger.
Los niños definitivamente tienen un sexto sentido.
Me pregunto cual será el momento en que perdemos esa pureza, esa intuición y capacidad de asombro.
Por eso me gusta la navidad, porque por unos días recuperas esa sonrisa, esa chispa que brilla en tus ojos, esa magia que nunca debimos perder. Y de eso mucha parte de "culpa", sino toda, la tienen nuestros niños.
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